Pavo

No soy tímida, y me gusta relacionarme con la gente, casi tanto, como a veces estar sola, pero no puedo evitar el querer a veces hacerme invisible. El sentimiento de tierra trágame, notar como te pones roja por una bobada que en realidad ni siquera te importa, y como cuando te lo comenta la persona que tienes delante, la cosa empeora aún más.

A veces pongo la tele y tengo que apagarla o salir corriendo (de forma literal) porque me muero de vergüenza con los programas de testimonios, lo mismo me pasa si me parece que están ridiculizando a alguien. Esto último me pasaba mucho con Cárdenas en Crónicas Marcianas.

Recuerdo como una de las peores experiencias de mi vida el tener que repartir los sugus el día de mi cumpleaños. Por lo mismo que siempre he odiado que la gente sepa cuando cumplo años; se me pone cara de gilipollas cuando empiezan a felicitarme, me da corte, me pasa como en las bodas y en los entierros, que no sé dar el pésame. A veces debo resultar maleducada o borde. Celebrarlo es incluso peor, porque en el momento que sale del círculo de mi más estricta intimidad (migüitas a mis brazos) me agobia tanto pensar que la gente no lo esté pasando bien que la que lo pasa fatal soy yo. He llegado a coger el día libre en el trabajo para no tener que estar allí (contestar SMSs no me apura).

Este año no me quedan días, y se me ha descontrolado el número de personas que saben el día de mi cumpleaños por culpa del facebook. El único consuelo que me queda es el flequillo, aunque no me gusta como me queda, y resulta incómodo, le estoy agradecida a la peluquera. Me pasa como a Martirio con sus eternas gafas de sol, tengo la sensación de poder esconderme detrás de él.

Y sí, en vez de madurar al cumplir años (me caen los 30 en breve) , involuciono, y vuelvo al pavazo de los trece. Terrible.

Escuchando White Chalk de PJ Harvey. Me encanta.