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viernes, diciembre 30, 2005

Antevieja II

Vale que la imagen está un poco trasteada pero ¿Qué opinas de estos zapatos? porque a mi cuando los vi en la tienda me parecieron los más bonitos del mundo. Además con tacón de cuña que una es de naturaleza patosa a la par que comodona.




Tras probármelos pensé que estaban hechos para mí, que nunca un zapato me había sentado tan bien. A veces pasa, como con los hombres, (bobada tonta y manida que espero atribuyáis a la resaca) que uno que te gusta en el escaparate, al probártelo resulta un fiasco, y ya ni te gusta tanto, ni le ves tan bonito. Pero no fue este el caso, y pese a la indignidad del cojeo pie derecho calzado, izquierdo en calcetín, me sentía elegante, feliz y contenta, que ya lo dice el dicho, como niño con zapatos nuevos, y por supuesto mucho más alta.

Si a la Cenicienta de Perrault con sus zapatillas de cristal, le dieron de margen la media noche, yo no fui tan afortunada. Antes de llegar al metro ya sentía unos incómodos pinchazos en la parte posterior del tobillo, pero como una es del norte, resistió a lo campeón, las ganas de volver a casa y cambiar de calzado (en realidad fue que ya llegábamos tarde) Una vez allí, me tuvieron andando durante lo que me pareció horas, creo que como penitencia por el retraso, y las punzadas en mis tobillos acabaron convirtiéndose en un dolorcillo que ya poco tenía de la intermitencia de los pinchazos. Tras unas cañitas, entramos finalmente en el restaurante. Unas tiritas de mi rubia salvadora, un cómodo asiento, una lasaña de verduras, vino y un charlot de postre, obraron milagros durante un par de horas. Finalmente llegó lo inevitable y tuve que ponerme en pie, y pese a mis pocas ganas de volver a casa, tuve que rendirme a la evidencia. Así cuando vi pasar un taxi, salieron a la luz mis instintos de supervivencia, con una rapidez de la que hasta ese momento me veía incapaz, me arrojé sobre el taxi y ni adiós que dije. Antes que el pobre hombre, algo asustado por el ímpetu con el que me vio llegar, me hubiera preguntado dónde vas, yo ya me había descalzado, y dedicaba palabras de agradecimiento y parabienes a mis pobre pies por haber resistido hasta entonces.

Al llegar a casa quitarme zapatos y tiritas y ver el estado ruinoso en que acabado, sólo me quedó, cual protagonista de musical, cantar aquello de:
"Quiero entrar en tu garito con zapatillas, que no me miren mal al pasar
estoy cansado de siempre lo mismo, la misma historia, quiero cambiar
me da pena tanta tontería quiero un poquito de normalidad
pero a ver, mírame y dime tronco, no veo mi sitio y no puedo aparcar"
A partir de ahora, utilizaré mis zapatillas también para salir, y si algún puerta protesta, le enseñaré esto: